«Quemado en pedazos», es el nombre de la gira que cuenta con estas dos eminencias del metal extremo. Nunca más acertado, ya que en el día de la fecha la temperatura en Buenos Aires fue rostizante.
Los estadounidenses Atheist ya habían pasado por el país, (también con un show en combo junto a Exhumed), pero no pude asistir esa vez, así que ahora tenía mi revancha. Los canadienses Cryptopsy sin embargo, era la primera vez que pisaban suelo argentino.
El evento arrancaba al horario pactado con los locales Morferus saliendo a escena entre luces rojas y rayos lumínicos que figuraban (sin quererlo) el concepto de la banda. Letras sobre asesinos, como El loco del martillo o Schoklender, entre otros, forman parte de la «Argentina psicópata», el álbum que los bonaerenses recrearon con un muy buen sonido y una formación (ahora de cuatro integrantes) que se mostró muy ajustada.
Lesa Humanidad puso la cuota de agresividad vieja escuela, al estilo neoyorquino del Death Metal. Vociferaciones profundas, machaques lacerantes, baterías a doble bombo y el revoleo constante de melenas nos dejaban una imagen visual de antaño, que no solo se extraña a veces, sino que también calzaba a la perfección con lo que vendría luego. «Virulencia industrializada» es su última producción, de la cual extrajeron varios cortes, dejando a los presentes más que satisfechos.
La tercera banda local, Dislepsia, nos ponía al frontman Lea Cabrera por segunda vez sobre las tablas. Otra banda bonaerense que lleva varios años en carrera practicando un Death Metal con pinceladitas Thrashers. Y fue bueno verlos actuar de una manera compacta junto a su líder, el bajista Ramón Farias, quien viene de dar batalla a unos problemas de salud. Alzo mi vaso por él (el amigo Luis Angel ya me venía pasando varios vasos en realidad).
Era el turno de Atheist, quienes salían a avivar el fuego en un recinto que no se encontraba colmado pero que, aun así, se sentía sofocante. Tal vez por eso el público tardó en prender, y el legendario Kelly Shaefer nos lo hizo saber desde su micrófono. Es cierto que la propuesta de los estadounidenses es difícil de digerir, pero cuando le agarras el gustito no podés parar. De hecho, la banda tampoco podía parar, ya que nos brindó un show extenso donde repasaron muchos temas de su época dorada. La música de Pink Floyd sonando antes de su salida a escena indicaba a quienes no estaban muy empapados en lo que practica Atheist, que la cosa iba a tener sus cuelgues. Aunque salieron a romper todo con temas como «On They Slay» o «Unholy War» de su primer disco, pronto notaríamos lo retorcidos que pueden ser a medida que se adentran en su discografía. «Water» o «Mineral» (de Elements, 1993) son un derroche de musicalidad, donde el bajista Yoav Ruiz-Feingold puede llevarse todas las miradas, supliendo muy bien la labor de monstruos como Tony Choy (y si queda entre latinos mejor aún).
Kelly se mostró impoluto, y su banda supo recrear de manera excelente varios clásicos del álbum «Unquestionable Presence» para retirarse luego de una cátedra musical con «Piece of Time».
El horario se estaba yendo al carajo, y Cryptopsy encima tardaba en salir a escena, lo que nos hacía cuestionarnos si el show se acortaría. En parte pasó eso, sí, pero el calor y Atheist nos dejaron sin ganas de quejas. La figura importante en esta ocasión era el baterista Flo Mounier, líder del proyecto. Para quienes saben de quién hablamos, entienden lo que significa este baterista, y para quién no lo sabe, que entienda que hablamos de un animal… o de una máquina, mejor dicho. Así se sentían los bombos, como martillos de una máquina golpeándonos a toda velocidad.
La banda canadiense también enfocó su set en canciones viejas. Sonaron piezas como «Slit Your Guts» o «Graves of the Fathers» del mítico None so Vile (1996) entrelazadas con algunos temas de su última placa, As Gomorrah Burns y también algunos clásicos de su primera producción Blasphemy Made Flesh del año 1994. Algún pequeño parate técnico también hizo sentir más reducido un show que no llegó a la hora de duración, pero que fue demoledor. Como dije antes, nadie estaba ahí para quejarse por eso ya que el evento valió la pena por cada minuto vivido. «Burnt into pieces» combina desde el nombre del tour no solo guiños a sus trabajos, sino también mucho de lo vivido en una noche inolvidable, con dos leyendas vivas prendiendo fuego nuestros corazones.
¡Muchas gracias a Icarus nuevamente por permitirnos estar presentes este show!