Hace unos días hablaba con un amigo (Raúl Juárez), fanático de la primera oleada del Death Metal estadounidense, que se rehúsa bastante a escuchar nuevas propuestas. Y si bien yo mantengo muy activo mi oído, y lo presto bastante para escuchar novedades, también debo admitir que en este género en particular me encuentro algo cerrado. Siempre fui un fanático del lado técnico y vanguardista de la música extrema, pero el Death Metal clásico actual, propiamente dicho, me viene saturando un poco desde hace bastante tiempo. Claro que hay bandas y bandas, o discos y discos. Ocurre que, dentro de mi percepción, tal vez sienta que el tecnicismo se ha ido fagocitando un poco la esencia putrefacta real (sumado a los audios artificiales), poniendo a este estilo de música en un lugar al cual no se si pertenece del todo. O sino digamos más bien que ha ido sepultando la raíz primigenia del sonido. Esto, en parte, es lo que le comentaba a mi amigo. Yo, cuando comencé a escuchar Death Metal, también quedé fascinado por el audio de ultratumba y las cadencias pesadas. No todo era velocidad en esta música. Los fragmentos densos, al menos para mí, fueron de vital importancia en la apreciación de estos sonidos.
Convengamos que antes de mutar a lo técnico, filosófico, o todo lo que quieran agregar, el Death Metal tuvo su origen en las películas de terror… en la muerte. Y como un zombi, esta se movía de formas toscas queriendo morfarnos el cerebro. Ese aspecto es el que muchas veces olvidamos del Death Metal, y el que justamente en esta charla surgió a modo de nostalgia. Hay excepciones, claro, como Hooded Menace, reseñados aquí hace un tiempo. Pero son bandas que buscan sonar retro, y que en cierto punto, algún detalle siempre les falta. He nombrado a esta agrupación ya que considero vienen siendo una de las más representativas del hacerlo bien. Pero cuando una banda de las viejas lo hace, también hace notar ese detalle que la mayoría de las nuevas no puede encontrar. Y es justamente Autopsy el mejor ejemplo para poner esto en evidencia. Todo suena real en ellos, no es por nada que, exceptuando al bajista, aun conserven la alineación de toda la vida. Se nota que ellos hacen esta música porque es lo que sienten, y es de lo que realmente están hechos. Te guste o no, no muchos pueden jactarse de esto. Ojo que “esto” no significa que todos los discos sean iguales. Suenan a viejos podridos, pero aun así tienen un aire fresco (sin perder un ápice de la esencia). Por ende, no aburren, como si me aburren cantidad de refritos que andan sacando discos por ahí. Y eso es lo que quería tratar de explicar al principio.
Este noveno trabajo de estudio (en larga duración) te golpea al instante con «Stab the Brain». Toda la mugre del audio huele a hongos de humedad. Los ácaros vuelan, se siente pesado al respirar. Puede tornarse una pesadilla para los alérgicos y facilistas del neo-sonido made in casa. Pero si se atreven a darle algunas escuchas serias a estos californianos, encontrarán que no todo es lo que parece. Que esa dicotomía de lo viejo y lo fresco, también se transporta al audio. No muchos logran sonar horrible, pero a la vez hermoso. Podemos prestar atención y escuchar claramente cada instrumento (sonando muy bien) detrás de la nube fétida de Autopsy.
«Final Frost» Mezcla un poco de agresión con esas cadencias pesadas de muerte que citaba anteriormente, pero las sorpresas vienen llegando de temas super rockeros como «The Voracious One». Un track Doombeta Stoner que desparrama gusanos al moverse, pero que también esconde progresiones Voivodeanas. Mientras que canciones como «Born in Blood» o «Knife Slice, Axe Chop» retoman ese toque antiguo de Death Metal Punketon, y lo matizan con partes lentas de ultratumba. En medio de esto tenemos piezas con algunos toques setentoides como «Flesh Strewn Temple». Otros con voces muy bien encarnadas como «Tapestry of Scars», «Skin by Skin» o «Slaughterer of Souls», donde hay mucho clima, saltos con violencia, bajos escalantes, solos vieja escuela y fills de batería arrolladores. No faltará alguno a puro pogo, como «Maggots in the Mirror», o un final para arrastrarse desde la tumba y arrancar a los bifes con «Your Eyes Will Turn to Dust».
Todo es atmósfera de muerte, violencia extrema y Rock, combinado con los gruñidos super-expresivos del mítico baterista Chris Reifert, quien está en excelente estado, tanto físico como creativo. Las guitarras envolventemente rifferas de Eric Cutler y Danny Coralles; se asemejan a un monstruo de Frankenstein formado con algunas piezas de Iommi (Black Sabbath) y otras de un joven Steer (Carcass). Un bajo entretenido que suena genial, a cargo de la carne fresca de Greg Wilkinson; y un todo que en conjunto forma la marca registrada de Autopsy, sin sonar a auto-robo. Esto huele a podrido, pero han logrado hacer un hermoso arte de lo grotesco (otra vez). De hecho, hasta la portada muestra aberración, pero de una forma bien confeccionada, pudiendo dejar en ridículo a otras portadas de características similares como aquella «Gore Obsessed» de Cannibal Corpse.