A finales de los 90s nace este proyecto liderado por el músico multi instrumentista francés, Neige. Y recién en el año 2007 nos entrega su primera producción de larga duración, titulada «Souvenirs d’un autre monde», donde podíamos palpar la influencia del Black Metal, en una música que buscaba viajar en sueños etéreos de colores brillantes. La música oscura y melancólica también podía ser hermosa. Los destellos lumínicos siempre estarán presentes en Alcest, porque de eso se trata su música. Hacer que los viajes tristes de alguna manera puedan transmitir felicidad. Poemas de hermosa nostalgia, espiritualidad o naturaleza suenan a algo totalmente opuesto si entendemos que muchos de los músicos que han pasado por Alcest también en algún momento fueron parte de Peste Noire, una banda totalmente racista. Así son las cosas, aunque ellos renieguen de su pasado. En fin… El arte es arte, y esta banda tiene mucho de eso (arte); desde sus portadas podemos notarlo al instante.
Su séptimo trabajo, editado hace menos de dos meses, continúa ampliando los paisajes sónicos que invitan a la relajación, pero también guardan espacios desgarradores con la crudeza vocal de Neige, quien a su vez se encarga de todos los instrumentos, exceptuando la batería, que está a cargo de Winterhalter desde hace más de una década.
El ambiente de cuerdas disparadas por sintetizadores, nos ponen en clima para «Komorebi», la canción que abre la placa con voces limpias celestiales que van posándose sobre un vendaval de baterías que van y vienen a medida que el tema sube y baja. Podríamos decir que hay mucho de Shoegaze en el sonido de la banda, pero manejado de una manera bastante pulcra, y la siguiente «L’envol» nos sirve de claro ejemplo. Las armonías, los pasajes, y los segundos de histeria están muy bien segmentados en temas como este o «Améthyste», cada uno superando los ocho minutos de duración, que generan un leve contraste con «Flamme jumelle», en el cual la banda explora su costado más comercial (por decirlo de alguna manera) con una pieza emocionalmente dulce. Fineza total es lo que transmiten con canciones como la recién nombrada o el pasaje guiado por el piano, «Réminiscence».
«L’enfant de la lune» nos transporta directamente a la portada con sus pinceladas orientales. Aquí Alcest pisa un poco el acelerador para andar por los caminos donde mejor manejan. Un compendio de musicalidad basado en capas de sonidos envolventes que hipnotizan nuestros sentidos durante siete minutos y medio. Cada detalle se posa suavemente en su lugar para magnificar la obra hasta el descanso final con «L’adieu».
Lindo, sería una buena palabra para describir a un trabajo que tiene un poquito de todos los ingredientes que los franceses suelen utilizar, en una medida finamente dosificada. Sin dudas, esta nueva entrega dejará contentos a la gran mayoría de sus seguidores.